Jornada de escalada en Picos
Como siempre, salimos de casa con material de sobra, “si no se va a utilizar se puede quedar en la furgo” y, como tantas veces, es en el coche, durante el viaje, donde afinamos el objetivo, porque de vez en cuando hay que salir casi sin saber a dónde, sólo conociendo el por qué.
Divagamos como friquis, algo propio de nuestro gremio montañero, ese irse por las ramas característico que nos suele dejar en auténticas charlas de alucinados pero que en tantas ocasiones nos deposita a los pies de nuevas aventuras.
Poco a poco se centra la conversación, se valoran posibilidades, horarios, condiciones de la montaña, de la vía, de la meteo. Nuestro propio estado. Y nos ponemos serios, “¿entonces la Madejuno-Tiro Llago?”,”sí, adelante”, ·me parece perfecto, vamos a meternos y a ver qué tal”.
Y un pequeño silencio se hace mientras tus compañeros miran por la ventanilla y tú continúas con la vista puesta en el horizonte. Keith Richards inicia su armónico punteo en “Locked Away”.
En Cabaña Verónica surge la opotunidad de dormir en el refu. Toda la vida pasando por allí, pero nada más que una cerveza con Mariano (qepd) o una charla con José sobre cómo fue el invierno.
Es tan chiquito que apenas se toma como posibilidad de pernocta, pero hoy, por fin, toca dormir en el curioso refugio construido con el casco de un portaviones estadounidense y bautizado así por la hija del ingeniero vasco que lo promovió.
El interior del refugio es un alarde de economización del espacio, todo lo necesario para la vida en el entorno áspero, está en su sitio, que es ese y no otro. La tarde la pasamos mirando mapas, buscando escapatorias y escuchando los consejos e historias del guarda. Atardece sobre Picos. Paz.
Madrugamos y, mientras cerramos los macutos, un increíble amanecer saca a las montañas a la luz. Nuestra cresta es bañada por la luz rosada de la aurora, mostrándose seductora (..y entonces -como se narra en La Ilíada- surgió Eos, la que nace de la mañana, la de dedos de rosa, la de trono de oro).
La nieve está muy dura a primera hora y nos facilita el avance a paso de crampón hasta el Tiro de Casares donde comienza, por fin, la escalada. Concentración. Friends, mosquetones, cintas salen de las mochilas, las cuerdas plegadas son acariciadas, el tintineo del material colocado en el arnés es el único sonido y las miradas a la pared, a las nubes que entran y salen por la cresta, continuas.
Alguien, por fin, habla y rompe los nervios, las dudas que aparecen antes de comenzar “¿estamos?”, “venga, al ataque..vamos equipooo” y se atacan las primeras placas, y las manos tocan, buscan, se agarran a la, todavía fría, roca de Picos de Europa.
Trepamos por la vía normal. En las guías aparece un paso de III+, pero está situado en una chimenea protegida y no parece demasiado complicado.
Después salimos a las llambrias superiores, acanaladas como los tubos de órgano del anfiteatro de la Sur del Urriellu. Es muy aéreo y espectacular con la niebla rota entre los jous y las cumbres cercanas. Allí estás, con tus compañeros, comprometidos unos con otros en un lugar inhóspito. Complementando herramientas, el arrojo de uno con la mesura de otro, el conocimiento del lugar con el sentido de exploración, la técnica con la voluntad. Todos aportamos, todos somos valiosos y necesarios.
Alcanzada la primer a cumbre, comienza el recorrido propio de la cresta, estrecha y afilada. Hay que estar muy atento y seguro.
Se rodean bloques, se pasan por encima, se salta por encima del vacío.Y comienzan los rápeles. En estas empresas hay que ser eficiente y rápido técnicamente, así que los montamos con premura, repasando el estado de cintas e instalaciones y sustituyendo, cuando no nos convence demasiado, maillones y cordinos. Los descensos se suceden: unas veces son placas más tumbadas, otras muy verticales, otros, directamente, son volados.
Una mirada se escapa al panorama que es abrumador. La cresta es tan estrecha a veces, que se complica recoger la cuerda de los rápeles, hay que halarla con mimo para que no se enganche en alguna grieta y se quede bloqueada y para evitar que arrastre innúmeras piedrecillas de las partes más altas sobre nuestras protegidas, pero frágiles cabezas.
Llegamos al paso clave de la cresta: Una placa de de III+ sin apenas agarres y muy expuesta, pues a ambos lados se abre un vacío poco apetecible. Dificil de proteger, difícil de asegurar. Uno de esos lugares para montañeros cuajados, con confianza. Como si hubiera que decidir quién tira el penalti definitivo de la final del Mundial, un compañero se adelanta y dice “asegúrame, que voy”. Ese día nace su sobrenombre “El Puma”. Tensión y admiración, viéndole tan seguro, tenía que conseguirlo.
A partir de este lugar, el Gendarme Amarillo, la roca empeora, las placas desaparecen y las llambrias de caliza amiga de Picos, esa que eches la mano donde la eches, encontrarás algo donde asirte, son sustituidas por roca descompuesta, dispuesta a acribillarte en cada paso o mano insegura.
La escalada se hace ahora más tensa por el estado de la montaña. Superamos algún nevero por su vertical rimaya, clavando botas en la nieve cuyo espesor acumulado durante el invierno es aún impresionante y encaramos el ascenso a Tiro Llago, donde cerraremos la travesía. Aquí la roca está en tan mal estado que al buscar asideros sacas las piedras de la montaña como si abrieras un cajón. Todo está tan quebrado que, incluso la vía no parece muy clara y dudamos por donde tirar. Paciencia y tranquilidad, no hemos llegado hasta aquí para complicarnos la vida, queremos terminar la ruta con elegancia.
En Tiro Llago, la niebla se cierra por completo y nos quedamos fríos, así que no perdemos mucho tiempo y descendemos hasta el último rápel que nos dejará en un terreno pacífico, si es que a los lapiaces de Picos se les puede dar este calificativo.
Hemos acabado: abrazos, fotos, agradecimiento, bromas y comida frugal, vueltos a ese mundo friqui que, en el fondo, nos hace gracia…un par de latas de piña en almíbar…muy buena, muy azucarada..pero ¡¡qué poquito, tíos, que somos 3!!. Y esa maravillosa sensación de haber estado metido en ti mismo, sin condicionamientos externos. Sólo tú y tus decisiones. Grupete de exploradores de tribu paleolítica. Que poco más hace falta.