Senderismo y emociones en Valdeón y Sajambre.
Valdeón y Sajambre en un otoño inolvidable entre amig@s. Así fue la experiencia.
Miércoles y jueves son días críticos, la previsión meteorológica de televisión puede ser disuasoria: “Segismundo nos envía estas fotos del granizo que asoló ayer Valdebollitos de Arriba; fíjense en el tamaño, ¡parecen melocotones!”.
Y es que estas informaciones, así como los iconos en páginas web con rayos, flechas de viento rojo infierno, valores fríos blanco polar, alertas locales que comprenden a toda la comunidad autónoma, despistan.
Absorbidos por la consulta continua del teléfono, revisamos pertinazmente todo tipo de páginas de servicios meteorológicos “allende los mares” cuyos valores numéricos presentan una fiabilidad variable, consiguiendo una sobreinformación de efecto contrario al buscado pues, las dudas en períodos de inestabilidad atmosférica se convierten en perpetuas y elevan el factor de normalidad estacional a situaciones apocalípticas (de ventisca a ciclogénesis explosiva).
Acudiendo a la memoria, esta nos diría que Noviembre en Picos de Europa es un mes de agua y frío. Y de más cosas, niebla enredada en las montañas, nieves en las cumbres, vientos soltando las rojas hojas de las hayas. Silencio y paz, la montaña preparándose para los duros meses siguientes. En Ussuri lo sabemos y lo sabe nuestra gente, así que continuamos adelante con nuestra idea de escaparnos el fin de semana a disfrutar del senderismo en Valdeón y Sajambre prevista para primeros de mes, pese a la previsión poco halagüeña anunciada.
“Audentis Fortuna Iuvat”, escribía Virgilio: La Fortuna sonríe a los audaces; eso también lo sabemos en Ussuri, y empezó a sonreírnos atravesando Castilla ya de noche, con una luna llena enorme, iluminando con su luz blanquecina los inmensos campos palentinos.
La llegada a nuestro albergue de cabecera en Valdeón, La Ardilla Real, siempre es calurosa; nuestros anfitriones, Laura y Julio, nos hacen agradable la estancia y para nosotros es el primer triunfo notar como el grupo capta rápidamente esta calidez y se abre confiado mientras los ojos se van la chimenea que calienta la estancia. Tras la cena, una mirada a los magníficos mapas de Picos, mientras desgranamos la ruta del día siguiente. El equipo participa y recuerda ascensiones y rutas anteriores con Ussuri…Friero, Palanca, Anillo…¡Tanto hecho y tanto por hacer!
Con el día comienza el movimiento..desayuno, baños, “¿qué ruedas elegimos..seco o mojado?”, pensamos en voz alta mientras miramos esas nubes oscuras por la ventana…y enseguida estamos en el puerto de Panderruedas, sorprendidos de que el cielo, aún nublado, esté alto y se intuya el azul en alguna esquina. Caminamos suave entre las primeras hayas. Ya heló hace unos días y cayeron casi todas las hojas aquí arriba, aunque la arquitectura desnuda de los árboles es bellísima.
Recordamos el lugar donde vimos las huellas de oso hace unos años, y pasamos los dedos por las marcas ocultas de musgo y liquen de la zarpa. Más adelante hablaremos de cómo el sendero estaba cubierto por la nieve y fueron las huellas de un lobo las que nos indicaron exactamente el camino. Hablamos de esto, de los búhos reales y gatos salvajes vistos porque queremos formar parte del bosque el tiempo que estemos en él.
La mañana es limpia de lluvia; ya no quedan vacas, bajadas de los puertos ante la llegada del inminente invierno y volvemos al hayedo para caminar y hacer fotos en cada rincón pues todo lo merece, queremos llevarnos tanto para revivirlo en casa. Olemos leña quemada, Vegabaño está cerca. En pocos minutos, justo cuando arranca a llover, alcanzamos el refugio donde haremos parada para comer y disfrutar de este lugar, guardián del bosque, sentados frente a la chimenea, charlando de puro gusto por estar allí.
La comida es monumental. Nuria, guarda, cocinera y artista, nos prepara una comida pantagruélica: dos primeros, crema de calabaza y garbanzos con bacalao. Y unos filetes de cerdo con una salsa exquisita y, atención, un pastel de pimientos de piquillo que están a punto de hacerme perder la razón. Del postre, no recuerdo nada.
Quién díría que después de este festín se puede caminar, y sin embargo, la última hora que nos queda por recorrer hasta Soto la hacemos ligeros y no sólo por la lluvia, esta vez sí, torrencial que nos cae. Vamos ligeros por haber abandonado, apenas unas horas, las cargas que venían de la ciudad. De nuevo el bosque, la montaña, el contacto humano ha sido reparador.
La tarde pasa tranquila en la Ardilla mientras escuchamos la lluvia y salimos a mirar cuánta cae a la luz de la farola del pueblo. Estamos a resguardo, como chavales mirando llover por el cristal. Parece que el tiempo ha desaparecido.
La mañana siguiente nos depara una sorpresa: ha nevado en las cumbres de 1500 próximas, así que calculamos que en Panderruedas también lo habrá hecho. Sonrisas y nuevos planes. El día está complicado y hay que obrar con prudencia.
Pero la primera nevada de la temporada es nuestra y no la vamos a dejar escapar. Llegando al puerto nieva de nuevo, incluso fuerte, y el bosque no tarda en blanquearse.
Las ramas de las hayas, recién perdidas sus hojas, se cubren de nieve; una nieve esponjosa, se diría que feliz de caer, de volver a casa. Los aún amarillos abedules, se esconden en la nieve y los arándanos se transforman en una alfombra blanca. Llegando a los 1700 metros, la nevada se convierte en cellisca y nos parece adecuado volver.
Se trataba sólo de estar allí.