El mejor trabajo del mundo
A veces suenan violines y caen lluvias de pétalos de rosas cuando exclamamos, henchidos de autocomplacencia ante un auditorio entregado, que el oficio de guía de montaña es el mejor trabajo del mundo: Haces de tu afición tu medio de vida, estás casi a diario en la montaña, conoces infinitud de lugares preciosos, ves cambiar los ciclos naturales, encuentras gente estupenda e interesante…
Fantástico, pero bajemos el volumen de los violines y cerremos los tarros de flores para volver a proclamar: El oficio de guía de montaña es una dura profesión, muy vocacional, en la que entregas toda tu pasión para que otras personas cumplan sueños, convirtiéndote en el catalizador que les va a permitir alcanzarlos.
Adquieres una gran responsabilidad, porque tus clientes ponen en ti toda su confianza, eres el garante de su seguridad física, de sus temores, sus dudas y tú las tienes que gestionar con capacidades técnicas y emocionales que debes mantener en continuo reciclaje.
La relación que estableces con ellos en mitad de una ventisca cuando avanzas en la dirección correcta, demostrando tranquilidad y confianza en tus decisiones, cuando afrontas un accidente, gestionando correctamente los recursos, o curas sus heridas con el mayor de los cuidados es realmente profunda.
Igual que cuando escoges esa palabra o gesto adecuada para motivar en ese momento y no en otro o cuando cedes tu ropa a esa persona descuidada que no trajo suficiente y está helándose.
Y has de ser fuerte y consecuente cuando tomas decisiones en ese filo en el que conviven la consecución de un anhelo y la retirada.
No son tareas para gentes que hayan llegado a la profesión de modo casual, atraídos por la versión amable de las primeras líneas del texto.
Este oficio reclama una formación continua a nivel físico, técnico y cultural, pues se actúa en todos los frentes de una salida o viaje, desde la gestión de vuelos o la pérdida de maletas a la etnografía concreta de un valle, si es que queremos distinguirnos por nuestra capacidad y calidad.
Y, en efecto, mantener el acervo cultural, es otra de nuestras funciones primordiales. Cómo no ser consciente de estar contando leyendas iroquesas en antiguo bosque donde las Nación Mohawk moraba. Sí, debemos transmitirlo; cuando lo hacemos, nos convertimos en parte de cualquier tribu o pueblo que han ido perdiendo su voz a través delos siglos. Es una gran responsabilidad.
A este oficio se llega por diversos caminos, todos lícitos, pero todos deben de ser ciertos: vocación, revelación, convencimiento…conceptos que tienen mucho más que ver con una forma de vida que con las certezas económicas o laborales que todos anhelamos, reduciendo las más de las veces tus necesidades a límites de los que no eres ni consciente.
Y como forma de vida elegida, como decisión vital, cada guía moldea su profesión según la siente, creciendo desde su propia personalidad y ganando experiencia; hace autocrítica y mejora, porque, ante todo, este trabajo debe ser realizado con la máxima seriedad, pues gracias a ella saldrán las vivencias que nos marcarán el rostro con una indeleble satisfacción, como hace el viento y el sol de la montaña con los surcos que deja en nuestro rostro y que buscamos sin cesar.
Si cuando ves a tu gente ayudándose entre los riscos de La Pedriza no sientes orgullo, si no notas el calor de un abrazo en una cima.
Si cuando tus clientes se quedan sin palabras ante la inmensidad de las Highlands no escuchas ese silencio, es que no te percatas de la suerte que tienes guiando; si no eres consciente de que se trataba de eso mismo, de llevar a gente por los lugares que amas, algo ha fallado y entonces hay que recordar por qué llegaste a este trabajo, pues, ahora sí lo repito como final real de estos pensamientos: Es uno de los mejores trabajos del mundo.